Por REDACCIÓN:
Enric Benito (Mallorca, 1949) dice, parafraseando a Terencio, que nada de lo humano le es ajeno. Oncólogo al que la vida acabó llevando por el camino de los cuidados paliativos y el acompañamiento espiritual, conversamos con él a propósito de su última publicación: ‘El niño que se enfadó con la muerte’ (Harper Collins, 2024). En sus páginas, el médico y profesor invitado en varias universidades de España y América Latina cuenta su propia historia y también la de muchas personas que se ha ido encontrando a lo largo de su carrera profesional, a muchas de las cuales ha acompañado en el tránsito a la muerte. Los beneficios de los derechos de autor del libro serán donados a la Fundación SECPAL.
Excelente nota de Dalia Alonso @mmelumiere , en el portal https://ethic.es/
En el prólogo del libro se le define como un «médico humanista». ¿Qué quiere decir esta denominación?
Desde el siglo XX vemos la medicina como una ciencia, pero siempre ha sido un arte. Tiene una parte de ciencia, claro, pero también una gran parte de humanidad, de compartir el sufrimiento. Ser médico no es solamente curar las enfermedades, sino acompañar a los enfermos y, si puedes, curarles. El humanismo era el ADN del médico hasta hace poco, que se han convertido en personas muy técnicas, pero lo que es un médico es una persona entera que trata el sufrimiento de otras personas. Hay que saber del cuerpo, pero también del alma, los valores, la familia… Un médico siempre ha sido esto, pero últimamente esa visión humanista se ha perdido. Humanista es un hombre que trabaja con un ser humano en todas sus dimensiones, no solamente un experto en un hueso roto. Un médico es, fundamentalmente, un humano que se preocupa por otro, al que nada de lo humano le es ajeno.
El oncólogo responde con una exquisita vocación de lo humano: «Es fundamental que primero nos reconozcamos como personas y busquemos lo que nos hace más humanos; eso es lo que nos conecta unos con otros. Si yo como médico me limito a ver a una persona como un cuerpo que tengo que resolver o arreglar, me pierdo la plenitud de lo que es un ser humano. Todos deberíamos cultivar mucho más la literatura: la narrativa es tan importante como las matemáticas. La sociedad occidental del siglo XXI es muy competitiva, todo lo medimos con resultados cuantificados, y solo hablamos del producto interior bruto, en vez de hablar de la felicidad interior neta. Nos hemos convertido en unos depredadores de la naturaleza, y tenemos que entender que no somos sus propietarios, sino los responsables de cuidarla: y ese modelo materialista es lo contrario a la naturaleza de cooperación del ser humano. El humanismo es fundamental para desarrollar esa mirada integrativa que permite ver a los demás y a la naturaleza como algo de lo que formamos parte, no algo a lo que nos enfrentamos en una lucha de egos. La sabiduría es del corazón, es humana, no de la inteligencia artificial, que es algo que nunca va a tener compasión. Lo que nos puede salvar como especie es reconocer nuestra naturaleza sagrada: no somos cuerpos luchando por conseguir más comida, sino personas que nos cuidamos y que nos humanizamos cuando tratamos al otro más humanamente».
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